Es uno de los problemas psiquiátricos más frecuentes en los niños en edad escolar aunque también es común en la adolescencia. Entre un 5% y 6% de los niños sufren esta alteración neurológica que se caracteriza por la falta de atención, el exceso de impulsividad o actividad o alguna combinación de estos factores.
Son niños (afecta a cuatro varones por cada niña) que, literalmente, no paran quietos, que casi nunca acaban lo que empiezan, nerviosos e insensibles a los castigos. Todo ello les conduce a padecer conflictos en el colegio, con la familia y los amigos y al desarrollo de problemas de conducta.
Síntomas que lo delatan
Abandona continuamente su asiento, aunque deba permanecer en su sitio.
Corre en momentos inapropiados.
Tiene dificultad para jugar en silencio.
Con frecuencia habla excesivamente sin parar de moverse.
No logra mantener la atención en labores de larga duración.
No termina lo que empieza o le cuesta mucho hacerlo.
Dice lo que piensa aunque no sea apropiado.
No puede aplazar lo que le resulta gratificante. No espera su turno.
Tiene un mal rendimiento escolar y dificultad para llevarse bien en el colegio.
Le cuesta obedecer y suele tener conflictos con los hermanos.
Su autoestima es baja, dado que tienen la sensación de que no hacen las cosas bien. Pierde con frecuencia los juguetes, los libros o el material escolar necesario para hacer sus actividades.
Tiene problemas para organizar sus tareas.
Evita toda aquella actividad que requiere un esfuerzo mental.
Por qué se produce
Su origen se desconoce, y las investigaciones realizadas hasta ahora sugieren que no es probable encontrar una causa única del trastorno. Se considera que la unión entre factores genéticos, biológicos y ambientales es la que puede desencadenar el síndrome. De hecho, los hijos de padres hiperactivos tienen entre dos y ocho veces más riesgo que la población general de padecer también el problema. Se ha especulado además con la posibilidad de que los problemas en el embarazo (así como el consumo de tabaco, alcohol y drogas) o en el parto puedan aumentar las posibilidades de que el futuro bebé desarrolle hiperactividad, aunque aún no hay datos concluyentes al respecto.
En busca del diagnóstico
Es muy difícil dictaminar la patología en menores de siete años, dado que la impulsividad es algo normal hasta edad. Además, para constatar que un menor es hiperactivo los síntomas deben prolongarse durante más de seis meses en todos los ambientes que el infante frecuenta (colegio, casa y amigos). Un niño con TDAH que no es detectado a tiempo puede tener graves problemas tanto a nivel académico, como en sus relaciones familiares y sociales.
El diagnóstico y tratamiento precoces previenen complicaciones futuras como es el abuso de sustancias tóxicas. Entre un 40% y un 60% de los niños afectados seguirá experimentando síntomas cuando llegue a adulto.
Dado que existe una gran variedad de problemas psiquiátricos cuyos síntomas se asemejan a los del TDAH, el especialista tendrá que descartar la existencia de otros problemas como las secuelas de un traumatismo, problemas de sueño, de visión o audición. Ciertos medicamentos tienen también efectos secundarios que pueden confundirse con las manifestaciones del TDAH, como fenobarbital, así como ciertas drogas (cocaína, alcohol, marihuana, entre otras).
Cómo se trata
Con una combinación de fármacos y terapia conductual. Pese a que buena parte de los pacientes responde al tratamiento hay otros casos en los que los síntomas permanecen hasta la edad adulta. Los expertos suelen aconsejar el uso de terapia conductual para aprender a canalizar la hiperactividad hacia la productividad o convertir su distracción en creatividad. Es aconsejable que los padres también aprendan técnicas para 'corregir' a sus hijos y convivir con ellos sin desesperar.
En 'compañía' de otros trastornos
Es frecuente que el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad aparezca en combinación con otros problemas mentales infantiles. Así, por ejemplo, el TDAH 'acompaña' a los trastornos de la ansiedad en un 25% de los casos. Además, entre un 20% y un 30% de los hiperactivos padecen, también, un trastorno afectivo. Otros, problemas frecuentes son los de conducta, del sueño o los tics. Ayudar a los hiperactivos.
El primer paso para poder ayudar a un hijo afectado es que los padres tomen verdadera conciencia del problema y procuren que sus descendientes sepan qué es exactamente lo que les pasa.
Existen, además, otras 'pequeñas' ayudas que pueden ser de gran utilidad como animarle a que fije objetivos concretos y cortos, enseñarle las consecuencias de sus actos, insistir en que debe organizarse y apuntar las cosas para que no se le olviden.
También hay que apoyarle y animarle para que se quiera como es, además de evitar que se desespere cuando algo no le salga bien.
Apoyo para el colegio
El fracaso escolar es el gran lastre de los niños hiperactivos, por eso es importante buscar un lugar adecuado para que realicen sus estudios, además de dedicar tiempo a organizar las tareas diarias. Es fundamental que falte lo menos posible a clase, así como que estudie sin nada que le distraiga con facilidad (música, televisión, entre otros). El orden en la zona de estudio y tomar apuntes o hacer esquemas para memorizar una lección son herramientas de una gran utilidad.
http://www.elmundo.es/especiales/2009/01/elmundosalud/psiquiatria_infantil/2009/01/05/seccion_06/1231162938.html
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